A mediados de los años 50 Germán Valdés apostó al futuro. Inauguró su propio cabaret, "El Satélite", a un costado del Teatro de los Insurgentes. No obstante, su rinconcito -donde actuaron figuras como Lobo y Melón o Silvestre Méndez- fracasó debido a su confianza extrema: eran muchos los gorrones, sin contar las 'fugas' de dinero. A finales de ese periódo, su desbocada carrera, desprendimiento de lo material y bohemia exacerbada lo condujeron a callejones sin salida dentro del ambiente fílmico, pero jamás claudicó en su homor ni espontaneidad.
De hecho también fue presa de productores voraces y de una industria tambaleante que, entre otras cosas, generó un tipo de público conformista. Incluso, se le criticó firmando contratos 'sin ton ni son', para evitar eventualidades. Debido a ello, su presencia se perdía en pequeñas o medianas intervenciones. Tan sólo entre 1956 y 1959 filmó 30 películas con papeles decorativos.
Empiezan los descalabros
Con Gregorio y su ángel (1966), la mancuerna formada por Tin Tan y Martínez Solares sufrió un descalabro: Broderick Crawford, otro de los protagonistas, era un alcoholico que demandaba gastos. Y no sólo eso; los productores estadounidenses Samuel Slaughter y John Anderson los habían llevado al baile. Producciones Valdés solicitó entonces un préstamo al Banco Cinematográfico, pero los derechos se vendieron a Estados Unidos. Por ello, los ingresos de Tintansón Crusoe estaban congelados. Para colmo, al cómico le dió hepatitis -que le afectó el hígado y páncreas- y años después se le diagnosticó cáncer.
A fines de los años 60 Germán Valdés no había realizado nuevos proyectos. Estaban pendientes Naciones Unidas: Tintorería (escrita por él), y El pobre Simón, cuyo rodaje esperaba iniciar en aosto de 1969, basado en un guión de Vicente Oroná. Además, tenía en cartera un proyecto para cine y televisión titulado Perdidos en el espacio o Náufragos del espacio.
Hacer reír, lo mejor
En 1969, a pesar de sus años y gordura, llenaba plazas de toros acompañado de su carnal Marcelo. Tarde, muy tarde, sin haber recibido siquiera alguna nominación para el Ariel u otro premio, la Asociación Nacional de Actores (A.N.D.A.), le otorgó la Medalla "Virginia Fábregas" por 25 años de actividad profesional. En silencio y solitario, Germán Valdés lloró de emoción, aunque sabía que su triunfo se lo había dado el público desde aquella lejana noche de 1943, cuando debutó en el Teatro Iris.
"Para mí, el mejor de los trofeos es la propia satisfacción de desarrollar cualquiera de mis trabajos con integridad, porque sé que a la vista y gusto del público me habré justificado".
Eso dijo en 1969, al acudir al Teatro Ferrocarrilero a develar la placa de 300 representaciónes de "La linterna mágica", obra de una compañía de actores checoslovacos que triunfaban en México.
"Jamás hice una película con pretensiones de obtener un premio o de concursar en un Festival Cinematográfico. Hacer reír era lo mejor".